sábado, diciembre 18, 2010

Lejos

Cuando era chica vivía en el campo.

No era exactamente el campo pero era un lugar alejado de la ciudad.

“Fin de la zona urbana” decía un cartel que estaba cerca de casa.

Yo no entendía bien que era la zona urbana pero sabía exactamente qué significaba para mí volver desde la ciudad, en donde vivían mis abuelos, en dónde estaba la escuela, en dónde había negocios con vidrieras, y barrios con plazas y chicos que jugaban en las veredas, a la oscuridad y la soledad de esa casa alejada de todo.

Era un lugar original, no puedo negarlo, tenía un parque inmenso como patio de juego, pinos que crecían conmigo, perros a los que amaba como nunca amé nada en el mundo, pájaros que sabían hacer música, flores que crecían sin más cuidado que el de la lluvia, árboles que aprendí a oler y amar, el arroyo del medio ancho, marrón, misterioso peligrosamente atractivo cuando el sol se rompía sobre su quietud.

Toda la naturaleza desplegada ante mi curiosidad de niña, verdes que dibujaban sensaciones, atardeceres que me llenaban de nostalgia y millones de estrellas para soñar en mundos lejanos.

Yo jugaba en la hierba tirada de espalda viendo las nubes cambiar de formas. Yo inventaba palabras, designaba las cosas, y el cielo era mi refugio.

Quedaron en la memoria de mis ojos colores que jamás volví a ver, nada huele como entonces, nada duele como entonces, ya la hierba no es la misma.

Mi infancia es un poema que ya no puedo volver a decir.

Brote

La lluvia trajo este otoño.

Olor a musgos, tierra húmeda de besos.

Tu piel huele al territorio de mi infancia.

Tu voz avanza como la hierba,

como la llovizna sobre las plazas

Soy raíz que busca su destino,

curso de agua que nunca se detiene

Estás en mi sangre desde que tengo memoria

Memoria de brote que espera tu lengua para crecer.