sábado, enero 13, 2024
Amanece
Agua
“…Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí
los árboles,
y el sendero y las
hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un
río, me atravesaba un río!...”
Juan L Ortiz
Yo soy agua de lluvia que no para ni sabe llorar
Agua de río, agua de arroyo en la siesta de la infancia
Yo soy agua, rocío, sobre la hierba en la mañana
Agua que va hacia un mar sin nombre
Hacia la noche en donde las gotas no duermen.
Gal
Abejas
brotan del centro de las flores
Desprenden
los aromas con sus alas
La
siesta huele a florecitas sin nombre
La
hierba abriga mi piel desnuda.
Tendida,
mirando el cielo inmenso y silencioso
subo
una mano para tocar una nube redonda,
mi otra
mano alcanza con prisa el pezón que
señala al sol.
Se
hunden mis dedos en la nube, que es como tu cuerpo,
Suave y
mullido mundo de infinitas gotas.
Corto
una una hoja y la saboreo con mi lengua
imaginando que así saben tus labios.
Flor de azúcar
Una luz diamantina lame las pieles.
La humedad trepa por los cuerpos y se queda en los ojos que brillan ante la hoguera de palabras.
El nogal, añoso, con sus verdes manos nos acaricia en silencio.
Crece en cada boca, en cada lengua, el deseo de decir, de no callar nunca más, de gritar quienes somos y cuanto podemos amarnos.
Ellas escriben historias con tinta de color atardecer, enredaderas que trepan por nuestros corazones.
Ellas se acompañan en los amaneceres que abren nuevos días, son la mano que siempre está en la distancia de los años.
Ellas son hogar, son familia, son lo posible.
Están allí juntas disfrutando del verde siempre nuevo del amor.
Ven, con enormes ojos asombrados y alegría de niñas, subir por el muro la pequeña flor de azúcar que va en busca del sol.
A Ilse y Claudina
Diamante - Entre RíosSemana non sancta 2013
GAL
Zapatos
Trato de comprender cual será el próximo paso que me lleven a dar y por qué pesan tanto.
Tengo la certeza de no estar muerta, porque los muertos, no llevan zapatos, al menos no los llevaban los que vi pasar ante mi, ellos caminan sobre superficies blandas, por eso, tal vez, no los necesitan.
A esa esquina, donde hay luz, no me llevan, ya los conozco, doblan antes, en la mitad de la cuadra en un callejón oscuro y húmedo.
Al borde del cerco que contiene las flores que me gustan tanto, tampoco, se desvían contra mi voluntad y lo que es peor hace tiempo que no cruzan la calle porque del otro lado están mis sueños colgados en los faroles, desparramados contra las vidrieras.
Trato de explicarle a mis pies, desde aquí arriba, que no tengo fuerzas en mis manos para arrancarlos, que no puedo desajustar los cordones y que ellos buscan un camino que desconozco.
Tengo la certeza de no estar viva, porque los vivos dominan sus zapatos y los hacen saltar para no pisar los charcos, se los sacan y los dejan debajo de la cama para poder descansar.
Trato de comprender en que momento les permití que fueran dueños de mi andar que hicieran huellas que nadie podría ver.
Pero tengo la certeza de nunca voy a encontrar la respuesta y que sólo tengo éstos zapatos.