El andén se parecía demasiado a los pasillos del cementerio.
Los carteles se movían siniestros y ruidosos con el viento.
Los pasos venían del dolor, hacia el dolor, hacia el vacío.
Era demasiado temprano, era invierno y la llovizna cubría las superficies con su húmedo aroma de aucaliptos y soledad.
En el andén todos teníamos la mirada perdida en el horizonte, como si el fuera un lugar posible para hallar lo que jamás llegaría.
En el andén llorábamos y nos despedíamos, como en el cementerio y esa idéntica amargura teñía nuestros cuerpos convirtiéndonos en sombras delgadas que recorríamos las noches y los días.
En el andén o en el cementerio todos teníamos el mismo gris enjaulado en la mirada.
Era invierno, era demasiado temprano y el horizonte era un sueño al que todos deseábamos arribar.
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