En el extremo del horizonte dónde el mar y el cielo están pegados por un oscuro y delgado hilo
algo se rompe.
Un frágil rayo se asoma, luego otro y juntos, al rato, ya son luz.
El mar ahora es de plata y se mueve agitado porque el día lo despierta.
Se disuelve la noche como un puñado de azúcar sobre mi lengua.
Olas y rocas se besan por primera vez como si la noche les hubiera robado la memoria.
El sol renueva los colores, la sal vuelve a ser voz que todo lo nombra.
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