Duerme
el sol debajo de la cáscara
Sueñan las semillas con besar la tierra
Luna
verde cargada de jugo
Creciendo
desde la flor hacia mi boca
Para sobrellevar las adversidades cotidianas tengo las palabras
Duerme
el sol debajo de la cáscara
Sueñan las semillas con besar la tierra
Luna
verde cargada de jugo
Creciendo
desde la flor hacia mi boca
“…Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí
los árboles,
y el sendero y las
hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un
río, me atravesaba un río!...”
Juan L Ortiz
Yo soy agua de lluvia que no para ni sabe llorar
Agua de río, agua de arroyo en la siesta de la infancia
Yo soy agua, rocío, sobre la hierba en la mañana
Agua que va hacia un mar sin nombre
Hacia la noche en donde las gotas no duermen.
Gal
Abejas
brotan del centro de las flores
Desprenden
los aromas con sus alas
La
siesta huele a florecitas sin nombre
La
hierba abriga mi piel desnuda.
Tendida,
mirando el cielo inmenso y silencioso
subo
una mano para tocar una nube redonda,
mi otra
mano alcanza con prisa el pezón que
señala al sol.
Se
hunden mis dedos en la nube, que es como tu cuerpo,
Suave y
mullido mundo de infinitas gotas.
Corto
una una hoja y la saboreo con mi lengua
imaginando que así saben tus labios.
Una luz diamantina lame las pieles.
La humedad trepa por los cuerpos y se queda en los ojos que brillan ante la hoguera de palabras.
El nogal, añoso, con sus verdes manos nos acaricia en silencio.
Crece en cada boca, en cada lengua, el deseo de decir, de no callar nunca más, de gritar quienes somos y cuanto podemos amarnos.
Ellas escriben historias con tinta de color atardecer, enredaderas que trepan por nuestros corazones.
Ellas se acompañan en los amaneceres que abren nuevos días, son la mano que siempre está en la distancia de los años.
Ellas son hogar, son familia, son lo posible.
Están allí juntas disfrutando del verde siempre nuevo del amor.
Ven, con enormes ojos asombrados y alegría de niñas, subir por el muro la pequeña flor de azúcar que va en busca del sol.
A Ilse y Claudina
Diamante - Entre RíosSemana non sancta 2013
GAL
Cuando era chica vivía en el campo.
No era exactamente el campo pero era un lugar alejado de la ciudad.
“Fin de la zona urbana” decía un cartel que estaba cerca de casa.
Yo no entendía bien que era la zona urbana pero sabía exactamente qué significaba para mí volver desde la ciudad, en donde vivían mis abuelos, en dónde estaba la escuela, en dónde había negocios con vidrieras, y barrios con plazas y chicos que jugaban en las veredas, a la oscuridad y la soledad de esa casa alejada de todo.
Era un lugar original, no puedo negarlo, tenía un parque inmenso como patio de juego, pinos que crecían conmigo, perros a los que amaba como nunca amé nada en el mundo, pájaros que sabían hacer música, flores que crecían sin más cuidado que el de la lluvia, árboles que aprendí a oler y amar, el arroyo del medio ancho, marrón, misterioso peligrosamente atractivo cuando el sol se rompía sobre su quietud.
Toda la naturaleza desplegada ante mi curiosidad de niña, verdes que dibujaban sensaciones, atardeceres que me llenaban de nostalgia y millones de estrellas para soñar en mundos lejanos.
Yo jugaba en la hierba tirada de espalda viendo las nubes cambiar de formas. Yo inventaba palabras, designaba las cosas, y el cielo era mi refugio.
Quedaron en la memoria de mis ojos colores que jamás volví a ver, nada huele como entonces, nada duele como entonces, ya la hierba no es la misma.
Mi infancia es un poema que ya no puedo volver a decir.
La lluvia trajo este otoño.
Olor a musgos, tierra húmeda de besos.
Tu piel huele al territorio de mi infancia.
Tu voz avanza como la hierba,
como la llovizna sobre las plazas
Soy raíz que busca su destino,
curso de agua que nunca se detiene
Estás en mi sangre desde que tengo memoria
Memoria de brote que espera tu lengua para crecer.
Paso el día como quien pasa un puente
Un río profundo y oscuro murmura
con tu voz debajo de mis pies.
El río tiene peces del color de tus labios.
Tiene ondas con la forma de tus pechos.
No sabe que mis ojos te buscan en su cuerpo.
Giro por los días que pesan como
el cuerpo de una mosca muerta
sobre una montaña de azúcar.
Sorda ante tu ausencia leo en mis labios
tus últimos besos.
"...En macondo comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver..."
Joaquín Sabina
Es inevitable querer volver a los lugares en donde se ha sido feliz, pero los retornos suelen ser dolorosos.
Volver atrás no encaja con este hoy, con este corazón aventurero y con el desprecio que me invade por la nostalgia babosa que implica no aceptar crecer.
A veces miro detrás del cortinado del hoy, como si algún descuidado traidor estuviera proyectando una escena en la que mis ojos brillaban como jamás volverán a hacerlo, y no porque no haya momentos más felices en el hoy, simplemente porque el tiempo desdibuja y vuelve a dibujarte algo dentro, un curso de agua inexplicable, que recorre por años el mismo lecho, las mismas rocas pero que a cada instante se ve distinto.
Pararse en este hoy, en este filo del abismo que a cada paso se estira un poquito más y no permite ver que hay allá abajo lejos de los propios miedos, inventa un camino que no permite volverse atrás, un camino que impone ser caminado y a la vez vuelve los pasos mudos y la mirada atenta.
Retornar un poco es la cobardía de estar viva, es esa forma de permanecer viendo caer la sutileza tonta que adorna los árboles para que el verde sea un motivo, para que el ayer sea un motivo, para que el mañana sea un motivo. Y de motivo en motivo ir anhelando esas luces que fulguraban en el rostro del ayer y que jamás volverá a ser, en este hoy, porque este hoy no permite ser.
La tinta se ha vuelto veloz, las letras pasan tan rápido que no quedan dentro de las hojas y el otoño ya no sabe donde queda el ocre.
Volver un poco sobre los pasos dados es saber que es inevitable caminar, en dos patas, con la conciencia bien despierta. Es saberse lejos del primitivo aullido y aún así sentirse infelizmente orgullosa de una raza perdida en la soledad de un bosque oscuro lleno de cosas inútiles.
Gal
27 de Enero 2007
Anoche el trigo estaba brillante.
La luna enorme besaba cada espiga.
El Paraná, a lo lejos, se encrespaba
y traía el rumor desde la otra orilla.
Anoche miré la luna,
desde mi tristeza,
miré esta pampa añosa
siempre dispuesta a verdear
y maldije a mis ojos
porque se empeñan en guardar
el redondo cuerpo de la luna
dentro de una lágrima.
2003
para Ann